CRÍTICA DE ÓPERA
El elixir Gruberóvico
Anna Bolena - ROGER ALIER
La Gruberova todavía tiene pendiente al público de los prodigios de su voz de soprano ligera
Autores: Gaetano Donizetti, sobre libreto de Felice Romani Intérpretes: Edita Gruberova (Anna Bolena); Elina Garanca (Giovanna Seymour); Carlo Colombara (Enrico VIII); Gregory Kunde (Enrico Percy); Simon Orfila (Rochefort); Sonia Prina (Smeton); Sir Hervey (Ion Plazaola). Coro y Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu. Dir. del coro: José L. Basso. Dir. de orquesta: Andriy Yurkevych.
Producción: Gran Teatre del Liceu. Dirección escénica: Rafael Duran. Escenografía: Rafael Lladó. Vestuario: Lluc Castells. Luces: Albert Faura.
Lugar y fecha: Liceu (20/ I/ 2011)
Con carácter de solemnidad se ha repuesto en el Liceu la primera ópera que se estrenó en el teatro en 1847, y primer paso de Donizetti hacia la ópera romántica, con un tema que volvería a usar mucho: la monarquía inglesa (la censura católica de Italia permitía que quedase mal en escena por cismática y pecadora). Esta primera vez Donizetti no había llegado todavía a dominar el género y Anna Bolena tiene pocos momentos álgidos pero la escena final de Anna nos compensa de la retórica de otros pasajes. En el Liceu fue también exhumada Anna Bolena con motivo del centenario del teatro (1947) en unos años en que Donizetti estaba casi proscrito y fue un milagro poderla montar. En cambio, ahora el Liceu ha tenido un equipo muy solvente, encabezado por el elixir vocal que destila Edita Gruberova, que ya la había cantado hace casi veinte años y que todavía ha conseguido tener pendiente al público de los prodigios de su voz de soprano ligera y sobre todo ha fascinado en su famosa escena final, cantada tumbada sobre una escalinata (en 1992 lo cantó echada en el suelo). Es cierto que el paso de los años ha dejado huellas en la voz de la cantante, pero conserva esa musicalidad exquisita, ese canto de gradación sonora fascinante y esa elegancia en la interpretación de la reina anglicana víctima del colérico rey Tudor. Y por eso al término de la sensacional aria (que no llega a ser de locura, sino de mera obnubilación ante la muerte inminente), los bravos y los vítores han llenado la sala y la gran artista eslovaca ha tenido que saludar repetidamente con todo el equipo. La acompañó en escena la mezzosoprano letona (y gibraltareña por matrimonio) Elina Garanca, quien se dio a conocer hace pocos años en unas funciones mozartianas en Salzburgo (e intervino en La clemenza di Tito de hace pocos años en el Liceu) y ha sido una excelente Giovanna Seymour; su físico atractivo y su gran estatura se correspondieron con una actuación de primer nivel, con una voz fresca y flexible de mezzosoprano, que supo combinar con la de Gruberova con eficacia y musicalidad. Como Enrico VIII (papel de bajo que carece de arias pero canta importantes dúos), hemos tenido al sólido bajo Carlo Colombara, recordado en la casa por sus Gioconda y Aida recientes, y que con su actuación nos ha disimulado que es casi demasiado joven para el papel del tiránico monarca inglés. Josep Bros tenía que haber cantado el papel de Percy (que ya cantó en la anterior Bolena de 1992), pero por prescripción facultativa ha tenido que renunciar a esta primera función, aunque se le verá en las restantes. En su lugar hemos oído al convincente tenor alemán Gregory Kunde, quien exhibió una profusión de sobreagudos (varios do de pecho entre ellos) resueltos con una voz limpia y grata. Muy notable, con grato timbre de contralto, la italiana Sonia Prina como Smeton y eficacísimo Simon Orfila en el breve rol de Lord Rochefort, así como Ion Plazaola como Hervey. El coro estuvo eficaz y comedido y la orquesta sonó con elegancia bajo la batuta del maestro Yurkevych. Podían evitarse, sin embargo, las campanadas brutales de la escena final. La producción, no muy afortunada, insiste en la moda de presentar animales en escena (un grupo de cuervos cuyo obvio significado acaba cansando con su alusión a la torre de Londres, y unos elegantes perros de caza), pero reduce el espacio de actuación casi siempre a los cinco metros delanteros del escenario (tenemos un teatro algo más grande, ¿no?) y duplica la escena con unas insistentes proyecciones - en blanco y negro-dos metros por encima de la escena. Buenas luces y vestuario a ratos pasable, a ratos no, completan esta ópera tan importante para el Liceu.
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